sábado, 14 de julio de 2007

Le falta un diente a la llave. No encaja; no abre ni cierra, no da vueltas para acá, ni da vueltas para allá. Mira desconcertada, sin entender. Qué explicarle, a la suertuda. Cómo mirarla, mejor bajo mi semblante. La puerta se deja estar desconfiada, temerosa, hasta casi se podría decir que un poco susceptible también. Llora cuando la empujan, pero se mantiene estática al toque de cualquiera. Resopla amargada cuando hay corriente de aire, no las soporta. Se entretiene especialmente con los niños, que entran y salen continuamente de todos lados. Curiosamente, le gusta vivir en las mesitas de luz de aquellos pequeños, protegiendo sus secretos de todos esos curiosos y entrometidos adultos que nada parecen entender de la travesía de aquellas semillas que sueñan en pesadillas convertirse algún día en gente del mundo contemporáneo, aquella moderna cápsula que saca radiografías del presente.


Ahora se miran, alejados por la inutilidad de sus palabras. La llave se aleja, avergonzada. La puerta rechina en un soplido aburrido entre las personas que ríen y cantan. Una de ellas dejó caer hace poco un juego de llaves que fueron pisadas y hasta quebradas sin siquiera notarlo. Le falta un diente a la llave, qué pobre suertuda. Se aleja avergonzada.

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